El día que Tanya me escribió algo en un papelito, me hice la desinteresada porque sabía que así, llamaría mucho más su atención, que si la miraba a los ojos y le respondía con interés. Fingí no interesarme demasiado por aquella niña, mi vecina rusa y me metí el papel en el bolsillo del uniforme escolar, bajé la mirada y entré en mi casa.
En el papel ponía: “¿Tienes hermanos?” Desde el hall acristalado, ya dentro de casa me giré y la miré. Ella seguía de pie en la calle, con su cara de campesina pobre, venida a más. Le dije que sí con la cabeza y ella caminó despacio sonriente, como Michael Jackson haciendo el “moonwalking” hasta llegar a la entrada de la mansión, que es como papá, mamá y mi hermano Guille llamaban a la casa de enfrente.En la urbanización, había escuchado decir al portero que la familia de Tanya no era trigo limpio, porque su padre viajaba de un continente a otro cada pocos años y cuando compró la casa había pagado al contado. Yo no entendía qué tenía que ver el dinero en efectivo con la limpieza del trigo y aquello sólo hizo que me quisiera acercar más todavía a ella. Solamente había un problema, Tanya no hablaba. No es que no supiera hablar, es que había decidido no hablar a nadie, que no perteneciera a su familia. Así que podías escucharla hablar en ruso con sus padres y su hermanito, pero en cuanto se giraba no respondía nunca a nadie más.
Fue una suerte que nos tocara juntas en clase. Su melena rizada y rubia atrajo las miradas de todos en cuanto entró por la puerta. Sin embargo, pronto fue sentenciada por Nico y el resto, cuando comprobaron que no contestaba jamás a nadie. “Es una rara” y así fue a parar a mi lado. Yo ya no era la única “freaky”.
El segundo papelito escrito me llegó en clase de inglés. “Me pica el coño” decía. No pude contener una risotada y la profe me mandó a beber agua, porque ya no se puede echar al alumnado de clase, como hacían en la época de mis padres. Después, pedí perdón porque no quería interrumpir, pero al volver a mi sitio susurré a Tanya “A mí también”.
Nos hicimos inseparables, y la tutora decía que nos habíamos juntado el hambre con las ganas de comer. Lo decía medio contenta porque yo andaba sola desde hacía dos años, cuando Nico para hacerse el gracioso me había tirado de la coleta al subir del patio y yo lo empujé con fuerza escalera abajo. Cuando llegó dolorido al suelo, me tiré encima de él, le metí la mano en el pantalón y le lamí la cara mientras me reía.
Desde entonces, todos los martes voy al psicólogo, pero Nico y los suyos me dejan en paz. Ya sólo tengo que aguantar al pesado de Guille en casa. Es dos años mayor que yo y desde que hizo la comunión el año pasado, me llama hija del demonio. Dice que estoy poseída porque a veces en medio de una cena formal me pongo a decir tacos y todo tipo de guarradas. Papá se pone blanco y mamá roja, me encanta. Me mandan a mi cuarto y así me escapo del aburrimiento familiar.
Tanya tenía un hermanito al que cuidaba como un hijo. A mí me daba mucha envidia, porque desde mi ventana podía ver cómo le hablaba y le cantaba canciones infantiles en el jardín: La taza y la tetera, el baile de la fruta, yo tengo una casita… Pero cuando salía por la puerta de su casa ya no le dirigía la palabra a nadie. Escuché a la tutora decir que tenía un mutismo selectivo desde los cuatro años, a lo que yo imaginé que a los cuatro años tuvo una enfermedad. A pesar de todo, a mí me hablaba con gestos, miradas y sobre todo papelitos. Los papelitos escritos de Tanya empecé a guardarlos en mi diario: “¿Tienes goma de borrar?” “¿Me dejas un lápiz?” “¿Cómo se dice puta en inglés?” “¿Me gusta tu lunar, puedo chuparlo?””Tonta”, “Gilipollas”, “Tócame el culo”, “Te espero en el baño”. A ella le encantaba que nos metiéramos en el baño y me pedía que le tocara las tetas con las mías, pero ninguna de las dos tenía tetas todavía y yo le ponía condiciones, la llamaba perra, me divertía mucho con ella y la hacía llorar de gusto.
Cuando me apuntaron a catequesis deseé más que nunca ser rusa y comunista para no tener que aguantar otra hora más de insufribles mandamientos. Yo no quería hacer la comunión, prefería quedarme viendo la última serie de anime o hasta hacer los deberes, antes que oír a la monja. Buscaba la forma de divertirme riéndome de todo lo que había a mi alrededor y ahí vi de dónde había sacado Guille lo de hija del demonio, ya que fue lo primero que me dijo la esclava de Cristo cuando me vio frotándome las bragas con un boli.
Tanya había nacido en San Petersburgo pero a los tres años la llevaron a vivir a Indonesia debido al trabajo de su padre. De allí, se mudaron a Mónaco dos años más tarde y ahora parecía que estarían un tiempo aquí, en Valencia. Tanya tenía escasos recuerdos de aquellos viajes. Me escribió que no siempre había sido una “freaky”. En Rusia recordaba el frío, la nieve y un parque donde jugaba y hablaba con otros niños. De Indonesia sólo recordaba una casa muy grande, mucho más grande que la de ahora donde decidió dejar de hablar. En Mónaco no iba al colegio, sino que varios profesores le daban clase en el hotel donde vivían. Ir al colegio era algo nuevo para ella. Lo que peor llevaba era tener que ponerse falda, no le gustaba, aunque fuera mucho más fácil bajarse o subirse las bragas. Sacaba muy buenas notas en todo, sólo con lo que escuchaba en clase, no como yo que siempre suspendía y me apuntaban a clases de refuerzo todas las tardes, menos la tarde de catequesis y la del psicólogo. Pero como máximo llegaba al cuatro y medio, lo que servía para que mis padres amenazaran al colegio con desapuntarnos a mí y a mi hermano si no me aprobaban el curso. Eso siempre les funcionaba.
Mi madre trabajaba de comercial en la farmacéutica Bayer y se pasaba el día fuera hasta la hora de cenar. Mi padre era un alto cargo de Mercadona y viajaba por el país todas las semanas. Así que Guille y yo nos pasábamos las tardes de extraescolares hasta llegar a casa donde nuestra cuidadora nos preparaba la cena mientras mi hermano y yo echábamos una partida a la play o un polvo. Guille fue el que empezó lo de los polvos. Un amigo suyo de la catequesis le enseñó la manera de saltarse el control parental de internet y empezamos a ver porno en la tablet a escondidas. Al principio, nos parecía fascinante que se pudieran hacer cosas así, lo mirábamos embobados como si se tratara de un documental de animales exóticos a la hora de la siesta. Pero, pronto empezamos a mojarnos con lo que veíamos y Guille me dijo que quería metérmela. Siempre que tocaba polvo y no partida de play, nos subíamos a la buhardilla con la excusa de buscar disfraces para el colegio. La cuidadora no subía nunca hasta allí y él podía hacerme todo lo que habíamos visto. Yo me imaginaba que Guille era una chica y ahora me imagino que es Tanya.
Con Tanya soy yo la que le hace cosas a ella en el baño del colegio, eso me gusta más, pero ahora me sigue a todos lados como un perrito y me está agobiando bastante. Hasta le ha dicho a su madre que la apunte a catequesis para estar un rato más a mi lado. Lo de las clases de refuerzo no colaba, claro. Lo que más me gusta es poder dominarla, someterla a todo tipo de situaciones y que ella me obedezca.
Su madre parece una mujer triste, y en la urba dicen que echa de menos Rusia y no sale a la calle porque sólo habla ruso y le da todo mucha vergüenza. Yo creo que su marido se lo ha prohibido y vive con mucho miedo. De mí no sospecha nada, está contenta de que Tanya tenga una amiga.
Hoy he decido que Tanya debe empezar a hablarme, estoy harta de escuchar sólo sus gemidos. Quiero que me llame zorra como hace Guille, y que me diga lo que más le gusta que le haga. Así que le he dicho que corto con ella si no me habla. Se ha puesto a llorar y la tutora se ha preocupado mucho. Sabe que he sido yo la que le ha hecho algo porque Tanya es muy fuerte y pasa de los demás. Pero yo no pienso pedirle perdón. Me lo debe. Y al fin, muy bajito me ha dicho que me quiere. A mí me ha dado la risa como cuando me escribió que le picaba el coño y nos hemos arreglado.
Lo cierto es que la sensación de poder, que me ha invadido cuando Tanya me ha hablado, ha sido mejor que frotarme contra un cojín viendo la tele. Así que he ido más allá y le he pedido que me contara por qué dejó de hablar. Me ha escrito en un papelito, “no lo sé” y me he enfadado con ella. “De verdad” ha vuelto a escribir. “Cuéntamelo Tanya” he gritado y ella ha confesado: “Alguien que trabajaba en la casa de Indonesia me empujó al cuarto de las escobas. A veces pienso en eso. Y me metió algo en la boca, todavía recuerdo aquel sabor raro y blanco como la etiqueta del jersey. Después, nos mudamos y dejé de hablar. Eso es todo.”
A partir de ahí, le he hecho creer a Tanya mi amor correspondido, pero yo sólo siento un profundo desprecio por ella. Me deja cortarle los rizos con las tijeras de plástica, pellizcarle las tetas y hasta mojarle de pis los zapatos. Ella no es nada y yo soy su Diosa.
Ha llegado el día de nuestra comunión, vamos vestidas de novia y Guille nos ha pillado metiéndonos mano detrás de la nevera de la cocina. Entonces, nos ha dicho que subiéramos a la buhardilla porque allí tenía una sorpresa. Al llegar, se ha bajado los pantalones y nos ha dicho que ya sabíamos lo que teníamos que hacer. Yo he obedecido y me he puesto de rodillas. Tanya, que seguía sin poder hablar a nadie más que a mí y su familia, se ha quedado inmóvil, llorando. Entonces, le he pedido que se arrodille a mi lado y por primera vez Guille va y eyacula, qué suerte, le ha tocado a ella. Pero, parece que no le gusta, pone cara de pánico, como si tuviera cuatro años y no casi diez.
Tanya se levanta entonces, abre la ventana de la buhardilla con la escoba de bruja, que hay junto a los otros disfraces. Sube al baúl, se asoma al tejado y antes de saltar me da las gracias. Mientras oímos los gritos de la fiesta en el jardín, Guille me besa orgulloso y le digo que se dé prisa en acabarme porque pronto llegará la policía.
Imagen de Gail Albert Halaban